La guerra en los cielos

Fue en el verano de 1970 cuando una hermana en el Señor, Roe, envío una carta que ella misma había recibido de una amiga de su infancia, cristiana y esposa de un alto oficial del ejército norteamericano destacado en Formosa. La carta era un ruego desesperado de este miembro del Cuerpo de Cristo, al otro lado de mundo, para que intercediera por su hijo de 13 años que estaba haciendo estragos en su casa con su rebelión y su adicción a las drogas. Según la carta, el muchacho se volvía tan violento que a veces era necesario contenerlo físicamente. Como resultado, los superiores del padre le habían dirigido un ultimátum: “controle a su hijo o será enviado de regreso al continente”.

Cuando me arrodillé para orar, con la carta en mis manos, sentí que debía atar a los poderes espirituales sobre Formosa que estaban controlando a los demonios dentro del joven. Una impresión de esta naturaleza era bastante extraña para mí en esos días, pero cuando oré en obediencia, inmediatamente recibí una visión de esa Isla, en ella pude detectar los rostros distintos de imágenes que se ven en algunas formas de adoración oriental.

Recuerdo haber orado específicamente contra un ángel causante de la violencia histérica del muchacho y después de aproximadamente diez minutos de oración, me levanté con este pensamiento: «bien, ya oré; esperaré para ver lo que Dios ha hecho». En realidad no tenía ninguna seguridad subjetiva que algo específico hubiese sucedido; sin embargo sí sabía que había luchado contra fuerzas espirituales inteligentes y que éstas se daban cuenta de la autoridad que yo había tomado para resistirlas.

Después de ese corto tiempo de oración, no pensé más en ese incidente hasta una noche un año más tarde. Mi esposa y yo estábamos en una fiesta que se nos ofrecía en la casa de la señora que me había traído la carta de Formosa y toda esa noche me encontré observando a un muchacho pelirrojo, de catorce años y con buen comportamiento. La posición del joven, sentado a los pies de su padre, escuchando con atención la conversación entre los adultos, me recordó en cierto modo al endemoniado gadareno mencionado en el evangelio de Lucas, a quien encontraron sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio. Era como si el Señor me estuviera diciendo: “allí sentado está el fruto de tus oraciones”.

Inmediatamente pregunté a nuestra anfitriona si ese era el joven por quien había orado y ella respondió alegremente que en realidad así era. Agregó que su madre no sólo había visto un tremendo cambio en el muchacho después de haber enviado su carta solicitando la oración, sino que también su esposo y sus dos hijas habían entrado, alrededor de ese tiempo, en una relación más íntima con el Señor.

Ese día me di cuenta -y las experiencias subsecuentes lo han confirmado- que el haber orado por aquella carta había marcado mi entrada a una importante sección de la escuela de Dios que me prepararía para el mismo propósito para el cual Dios me había alcanzado. Porque al igual que otros cristianos, nací para hacer guerra espiritual, utilizando todas las tácticas y las armas que da el Espíritu Santo. La primera lección que aprendí fue lo indispensable de la oración.

 

LA ORACIÓN ES LA CLAVE

La vida religiosa se vuelve una rutina fatigosa a menos que las vidas del pueblo de Dios en cualquier grupo se centren alrededor de la oración sistemática. Todo se puede lograr por medio de la oración y nada de valor eterno se tendrá sin ella. Cabe notar que Jesús jamás enseñó específicamente, ni Juan el Bautista a los suyos a profetizar; pero ambos enseñaron a sus hombres a orar (Lucas 11:1-2). La vida de oración unida de la Iglesia es de suma importancia porque la oración es el medio que tenemos como pueblo de Dios para quitarle a Satanás todo lo que se perdió con la caída de Adán -ya sea la salud, la creatividad, el dominio sobre los elementos, el fruto de la tierra o el privilegio de caminar con Dios al aire del día. Esto es lo que Dios desea para nosotros y sólo se puede lograr con la oración. Por medio de la oración ganamos las batallas y con nuestro servicio recogemos los despojos.

El Señor desea manifestar a cada uno Sus atributos redentores a través de Su Iglesia del mismo modo que lo hizo con Jesús. Jesús era y es Jehová Sabaoth -el Señor, el Capitán de los Ejércitos de Dios y si nosotros, Su pueblo, somos fieles en la oración, nos uniremos a nuestro Capitán como la esposa del Guerrero, como Su hacha de guerra, como Su poderoso caballo de batalla para hollar al pecado y al reino de Satanás (Heb. 2:10, Cant. 6:10; Jer. 51:20-21 Zac. 10:3-5; 2 Cor. 2:14; Rom. 16:20).

Algunos pensarán que el lenguaje es presumido -que le resta a la victoria lograda por la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. Permítanme usar una analogía sencilla para mostrarles que nos es así.

Atomic bombJesús conquistó al pecado, a la muerte, a la enfermedad, a Satanás y a todas sus huestes cuando se levantó de los muertos hace dos mil años. La muerte y resurrección de Jesús, los golpes más decisivos que Dios dio en su batalla contra Satanás, se pueden comparar en su efecto con las dos bombas atómicas que terminaron con la Segunda Guerra Mundial, cuantío explota una bomba atómica, todo lo que existe en un radio de ochenta kilómetros es inevitablemente destruido. Sin embargo, la destrucción no se manifiesta hasta que las ondas de poder se extiendan desde el punto de explosión, utilizando la energía liberada por la descarga inicial para arrasar todo lo que encuentre en su camino. Para aplicar esto al ambiente espiritual, la más potente de todas las bombas cayó en Jerusalén hace dos mil años y cada generación de creyentes ha sido sucesivamente una extensión de sus ondas de poder. Al desarrollarse rápidamente el hongo de autoridad del Evangelio, cada generación de cristianos tiene que invocar de nuevo el poder de la descarga inicial con el cual derribará los muros de las fortalezas que se le oponen.

Es mi intención en este artículo presentar esquemáticamente una estrategia de batalla con la cual podremos combatir metódicamente a Satanás, empleando con efectividad la dinámica obra inicial de la Cruz en el área de influencia que nos ha sido dada.

 

EL PLAN EN SEIS PARTES

 La Biblia dice que antes de hacer la guerra, es necesario tener primero un plan de batalla para derrotar al enemigo (Luc. 14:31-33). Para que nuestro plan sea efectivo tendremos que contestar a las siguientes seis preguntas; (1) ¿Tenemos la responsabilidad de pelear en esta guerra? (2) ¿Quién es y dónde está nuestro enemigo? (3) ¿.Cuál es nuestro primer objetivo de batalla? (4) ¿Cuáles son nuestras armas y cómo las usamos? (5) ¿Quiénes son nuestros aliados? (6) ¿Cuál es el fundamento de nuestro reto contra el enemigo?

Usaremos la cita de Lucas 11:20-23 para responder a las primeras preguntas:

“Pero si yo por el dedo de Dios echo fuera demonios, entonces el Reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte, bien armado, custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero alguno más fuerte que él le ataca y le domina quita toda su armadura en la cual había confiado, y distribuye su botín. El que no está conmigo, contra mi está; y el que conmigo no recoge, desparrama”.

  1. ¿Tenemos la responsabilidad de pelear en esta guerra?

La neutralidad no existe en la guerra contra Satanás. Todos estamos con el Señor y contra Satanás o contra el Señor y colaborando con Satanás; estamos recogiendo el botín en nombre del Reino de Cristo o ayudando a Satanás a desparramar los recursos que Dios nos ha proporcionado. Querer ser neutral es como un atleta profesional que acuerda darle el partido al equipo oponente. Aunque se quede en el juego, estará del lado de la oposición porque no hace el intento de impedir que ganen ni se esfuerza para ayudar a su equipo a obtener la victoria… continuar leyendo en PDF

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